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La materia es vibración, y depende del observador. Esta aseveración que parece tan extraña fue un choque para los científicos, acostumbrados a la tradición de que los sucesos eran reales si se reproducían aislados con las mismas condiciones. Por supuesto, la clave estaba en “las mismas condiciones”. Durante un par de siglos, todo suceso que no se podía reproducir de la misma forma era descartado. El método científico clásico era un dogma.
Hasta que llegó la física cuántica.
No vamos a dar ahora mismo un tratado de física cuántica, este escritor no es realmente un experto, pero digamos para mucho simplificar que a nivel cuántico los sucesos dependen del observador. Además, las párticulas están en constante vibración, y otra cosa a tener en cuenta, es que dichas partículas no están unidas. No sólo eso, al contrario, partículas relacionadas de un mismo átomo podían estar vibrando a miles de kilómetros de distancia, y comunicándose instantániamente.
Y por ello, el tiempo, tal como lo conocemos, no existe.
Entonces, se alcanzó la conclusión de que el efecto físico del mundo macro en el que dos objetos no pueden traspasarse sinó chocar es posible porque ambos conjuntos de partículas vibran en la misma frecuencia. Y de esta conclusión se podía obtener que podían existir partículas vibrando en frecuencias no detectadas por los seres humanos. Es decir, materia existiendo en el mismo momento en el mismo lugar. Los autores de ciencia ficción lo habían llamado “mundos paralelos”.
Durante generaciones, los seres humanos han despreciado socialmente a sus congéneres que contaban historias de puertas dimensionales, de saltos en el tiempo y en el espacio. Simplemente los habían llamado locos y los encerraban en manicomios. Sin embargo, ¿habían estado en lo cierto todo este tiempo? Por fin la ciencia tradicional había demostrado que era posible.
Llegado a este punto, a un grupo de científicos se les ocurrió que quizás habían tenido la clave de los saltos en el tiempo delante de sus narices. Como hemos afirmado, el tiempo tal como lo concebíamos, no existe, pues ahora se había demostrando que sí se podía caminar en él adelante y atrás. Era cuestión de encontrar la frecuencia adecuada, ¿pero cómo?
Digamos que se necesitaba captar la frecuencia emitida por la materia en un instante para reproducirla y así adentrarse en ese momento temporal. ¿Captar la frecuencia?, pensaron. ¿Qué proceso podía capta la frecuencia de un momento? ¿Qué sistema podía había estado captando los momentos desde la década de los años 30 del siglo XIX? ¡La fotografía!
Pero las primeras fotografías sólo habían captado parte de las frecuencias reales, pues eran en blanco y negro. Para comenzar los experimentos, se usaron fotografías en color de finales del siglo XX, de paisajes aislados. Más adelante, procesarían las fotografías en blanco y negro y les añadirían los colores más aproximados para obtener las frecuencias adecuadas.
Ahora que ya se tenía la idea en la mente, se pusieron manos al experimento. Lograron construir un aparato que proyectaba la fotografía en sus dimensiones reales, vibrando de manera adecuada, creando un portal dimensional. Ni que decir tiene, que todo el asunto se llevó en el máximo de los secretos, aunque no era desconocido para los gobiernos y élites del mundo, sinó para la ciudadanía en general.
La primera prueba se realizó con una fotografía de algún lugar aislado de la estepa rusa. La elección fue disputada pues hubieron propuestas de todo tipo. Al final, ésta fue la elegida. Como no se estaba muy seguro de si había o no que trasladarse al lugar en el que la fotografía fue tomada, eso es lo que hicieron. Ahora sabemos que dicha precaución no es necesaria y se pueden abrir portales en cualquier parte.
Otro asunto era la vuelta de los expedicionarios. ¿Sería el portal reversible? ¿Habría que llevarse una toma del presente y un aparato para abrir un nuevo portal hacia el lugar de origen? Este asunto fue muy discutido, pero, como el aparato emisor de vibraciones no era portátil entonces, se decidió arriesgarse.
El caso es que entre tanta inteligencia disponible, a nadie se le había ocurrido que abriendo un nuevo portal de un momento posterior permitiría volver a cualquiera siempre y cuando se le hubiera avisado del lugar y tiempo de esa fotografía. En fin, que las cosas más obvias a veces no aparecen cuando se necesitan.
Se eligió a una sóla persona voluntaria, entrenada en el ejército para soportar cualquier adversidad. Una persona que sabía que lo más seguro era que no podría volver para rehacer su vida. No se había visto tanta emoción desde que la extinta URSS había colocado al primer ser humano en órbita a la Tierra en los años 50 del siglo XX, o cuando se realizó la prueba de la primera explosión nuclear en los extintos EEUU, en los años 40 del mismo siglo.
Todos los presentes eran conscientes de que se había alcanzado un nuevo punto álgido en la historia conocida de la Humanidad. La emoción, el temor por el fracaso, la avaricia por el éxito. Cada una de las emociones humanas estaban en el aire en aquel momento.
Se colocó el aparato reproductor de vibraciones en su lugar, se colocó la fotografía original en el escaneador, y una persona importante por su posición social fue invitada para tener el honor de apretar el botón de inicio de las operaciones.
En ese momento, la expectación alcanzó niveles realmente altos. Se escuchó un rumor como de motor eléctrico. Los instrumentos de medición se volvieron inservibles por unos instantes, luego mostraron diferencias de presión cambiantes en la zona. Todos los presentes se aguantaron la respiración.
En cuestión de un par de minutos interminables, una luz azul comenzó a escanear el cielo en la dirección en la que el aparato vibrador apuntaba. Y ante los ojos atónitos y llenos de emoción de los privilegiados, el paisaje cambió al punto exacto de la imagen de la fotografía.
Entonces, el conejillo de indias voluntario, se dirigió a la imagen proyectada. Antes de dar el paso justo que lo introduciría en un tiempo anterior, se paró por unas décimas de segundo, quizás duditativo, pero no giró su cabeza atrás. Y dió el paso.
Un pequeño paso para un hombre, pero un gran paso para la Humanidad.
Caminó dentro del viejo paisaje, todos los vieron. Mediante una indicación del científico jefe del proyecto, el mismo hombre elegido para encender el aparato creador del portal temporal volvió a apretar el mismo botón rojo. Las vibraciones cesaron, el viajero en el tiempo desapareció del plano de visión de todos los observadores.
¿Habría sido el experimento un éxito? Se tendrían que comprobar las señales acordadas en los periódicos de 1978 de la ciudad de San Petesburgo, o Leningrado, como se conocía en aquel lejano año.
Sin embargo, la noticia convenida no aparecía en ningún ejemplar de esa ciudad en ese año. Tras la confirmación, todos los presentes asumieron que este primer experimento fue un fracaso. Nunca supieron cuánto de errados habían estado en ese aspecto.