La devolución

La sala estaba en silencio. El presidente de OmegaAlpha BioTech Inc. presidía la mesa de directivos. A esta reunión acudieron los doce altos directivos de la compañía sin que ninguno faltara. Era demasiado importante.

– Franz, ya no queda más remedio, el nuevo gobierno no atiende a nuestras demandas.- Inquirió Hans Kriegbauer.

– Sí, señor Kriegbauer. El presidente Martínez sigue respondiendo que se debe a su pueblo que lo eligió. Afirma que como líder escogido democráticamente no puede satisfacer nuestras demandas.

– Entonces, John, -dirigiéndose a otro directivo- ¿cuántos serán los usuarios afectados?

– Señor Kriegbauer, serán un millón quinientos mil trescientos cincuenta y tres.

Hans Kriegbauer se quedó en silencio por unos instantes.

– Señores, ya no nos queda más remedio. Nuestras demandas no han sido atendidas y nos debemos al beneficio de nuestros accionistas. Jessica, ¿está todo preparado?

– Sí, señor Kriegbauer. Al presionar el botón azul de la consola que tiene ante usted, todos nuestros productos volverán a su lugar de origen.

– Pues señores, que así sea. ¿Cuál es la hora local del país?

Jessica volvió a responder.

– Las siete y treinta y siete.

– Pues bien, está hecho.

El dedo del presidente Kriegbauer apretó el botón azul sin vacilar.

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Francisco Hernández, de cuarenta y tres años de edad, estaba, como cada mañana, desayunando con su mujer y sus dos hijos. Todo era cotidiano, normal y repetitivo.

– Alfredo, ¿acabaste los deberes?

– Sí, papá, no me quedó ni uno.

– Claro, como se los copió de su amiguita conectados al chat…

– ¡Que no! ¡Papá, Enrique está mintiendo!

– ¡Ja!

– Enrique, por favor deja a tu hermano en paz. -Alba, su madre intentaba cada mañana hacer de mediadora de la tribu.

– Venga los dos, tengamos la fiesta en paz. Enrique, ¿puedes pasarme la mermela…?

Francisco no pudo completar su frase. Enrique vió como de un instante a otro los ojos de su padre se convertían en vidrieras. Su cuerpo cayó al suelo como un saco pesado. Alba no pudo más que gritar «¡Francisco!». Los tres se quedaron en shock, como si una fuerza invisible les impediera hablar, moverse, respirar.

El cuerpo del padre comenzó a menearse estrepitosamente en el suelo como si en su interior hubiera algún objeto con vida propia. Tras un par de minutos sin que nadie de la familia pudiera hacer nada, el pecho del padre comenzó a desgarrarse y con un ruído sordo, su corazón creó un agujero y se elevó como si tuviera vida propia. Voló una vuelta por el comedor y salió al exterior por la ventana, dejando tras de sí una escena dantesca, con el resto de la familia desmayada en el suelo alrededor del padre, bañados en su sangre.

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En la sala de directivos de OmegaAlpha BioTech Inc. se respiraba un ambiente tenso, el cual fue roto por el sonido de una llamada entrante.

– Señor Kriegbauer, el presidente Martínez por el canal dos.

– Gracias, Jessica. Visualicémoslo en la pantalla.

La pantalla gigante apareció ante los directivos y pudieron ver el rostro del presidente Martínez lleno de furia.

– Ah, presidente Martínez, qué agradable sorpresa.

– Hans, es usted un monstruo deleznable.

– Pero, calma, calma, ¿qué son esos modales por la mañana?

– Me están llegando noticias espeluznantes de ciudadanos a los que sus órganos implantados están saliendo de sus cuerpos y volando en dirección desconocida…

– ¿Sí?

– ¡Está claro que eso es obra suya! Lo que es usted no tiene nombre.

– Seamos claros, presidente Martínez, usted sabía claramente que al negarse a atender nuestras demandas, nos obligaba a tomar represalias. La deuda de su sistema público de salud con nuestra compañía ha adquirido unas dimensiones extraordinarias. Y nuestra petición de compensación alternativa también la rechazó.

– Pero, vamos hombre, ¿cómo pretenden que privatice el sistema público de salud y se lo deje regalado en unas manos como las suyas? ¡Yo me debo a mi pueblo! Está claro que estàn usando su poder para desestabilizar a mi país que por fin ha conseguido alcanzar la madurez democrática tras unos gobiernos que eran títeres de las grandes corporaciones. ¡A esos gobiernos no les chantajeaban de esta asquerosa manera!

– Sí, presidente Martínez, su defensa de la democracia es muy loable por su parte. Sin embargo, los negocios son los negocios, y en esa cuestión no podemos ser más que tajantes. Su país no ha pagado nuestros productos, por lo que hemos activado la puerta trasera programada en cada uno de ellos.

– ¡Productos les llama! Acaba de asesinar a más de un millón de personas. ¡Lo que es usted, es un criminal de la peor calaña!

– Presidente Martínez, siento escuchar esas palabras de su boca. Veo que no atiende a razones lógicas y le comunico que acaba de ser destituído.

– ¿Pero qué demonios? ¡Soy el legítimo mandatario de mi país elegido democráticamente en las urnas! ¡Su corporación no puede destituirme!

– Al contrario, ex-presidente Martínez, sí que podemos.

En ese momento, los directivos reunidos en la sala pudieron contemplar como un guardia del presidente Martínez se le acercó, sacó su pistola y le disparó. El presidente Martínez se deplomó ante sus ojos y la conexión de la videoconferencia se cortó.

El presidente de OmegaAlpha BioTech Inc., entonces, se dirigió a sus directivos:

– Señores, como han visto, hemos recuperado el mercado del país. Prepárense para retomar las estrategias comerciales habituales…

– Señor Kriegbauer.

– ¿Sí, Jessica?

– Me acaban de comunicar desde nuestros almacenes principales que la operación de devolución de nuestros productos ha sido completada con éxito.

– Muy bien, Jessica. Por cierto…

– ¿Sí, señor Kriegbauer?

– Encárguese de que el funeral del ex-presidente Martínez tenga toda la pompa, circunstancia y los homenajes pertinentes. Y no se olvide de que los medios de información culpen a un infiltrado de la extrema izquierda, en su guardia personal, como autor del magnicidio. Un hecho aislado de un loco, ya sabe.

– Sí, señor Kriegbauer.